Si has subido alguna vez a los Siete Picos, ya lo sabes: esta zona de la Sierra de Guadarrama esconde algo especial. Algo que no se mide en metros de altitud ni en el número de pasos que marca tu reloj. Algo más antiguo que el granito, más vibrante que el viento que sopla entre los pinos silvestres. Subir a los Siete Picos es caminar por la historia de la montaña madrileña y no solo por la de los seres humanos.
Un perfil que no se olvida
Los Siete Picos se llaman así por eso: por la alineación de siete cumbres principales que forman una silueta reconocible desde casi cualquier punto de la Sierra de Guadarrama. Están justo encima del Puerto de Navacerrada, y su perfil es tan peculiar que hay quien lo compara con la cresta de un dragón dormido. Desde el valle, parecen siete dientes de sierra que se recortan sobre el cielo. Un skyline montañero inconfundible.

Un dragón en la sierra
De hecho, hay quien dice que esa silueta no es casual, que no es solo una cuestión de geología o erosión. Según una antigua leyenda, en tiempos remotos, un dragón herido voló desde la Capadocia hasta las montañas del Sistema Central. Un viejo pescador le habló de una fuente de la eterna juventud escondida en los bosques de granito, y el dragón, cansado y esperanzado, se embarcó en el viaje.
Tras cruzar valles y cordilleras, encontró la cueva y bebió del manantial. Pero el anciano le había engañado: buscaba venganza por la muerte de su padre a manos de un dragón. La fuente tenía un poder, sí, pero no el que el dragón esperaba. Al probar el agua, su cuerpo se convirtió en granito, y allí quedó, petrificado para siempre. Dormido. Eterno. Custodiando la antigua calzada romana que unía Titulcia con Segovia. Desde entonces, muchos llamaron a este paraje la «Sierra del Dragón». Con el tiempo, ese nombre se diluyó. Los mapas empezaron a decir simplemente «Siete Picos». Pero tú y yo ya sabemos la verdad.
El valor del clásico
Hoy, hacer la ruta de Siete Picos sigue siendo una de las excursiones más populares de la Sierra de Guadarrama. Y lo es por muchas razones: porque es asequible en una jornada, porque el acceso desde Madrid o Segovia es fácil, porque las vistas hacia la meseta y La cuerda de Mujer Muerta son espectaculares… y porque, aunque lo hayas hecho mil veces, siempre encuentras algo nuevo.
Puedes arrancar desde el Puerto de Navacerrada y subir en dirección al Telégrafo, para luego alcanzar el primer pico. O seguir el clásico recorrido de la senda Herreros, más técnica y bonita. Lo bueno de esta zona es que te permite adaptarte: puedes hacer una ruta circular, ir solo hasta el Pico Somital (el más alto, con 2.138 metros), o cruzar todos los picos hasta llegar al séptimo, y luego bajar por el collado Ventoso hacia el camino Schmid.
Entre el bosque y las rocas
Parte del encanto de los Siete Picos es esa mezcla perfecta entre bosque de pino silvestre y grandes formaciones rocosas. Es una montaña amable, pero con carácter. Puedes encontrar corredores nevados en invierno, riscos vertiginosos y pasos entre rocas que te obligan a usar las manos. Pero también puedes sentarte en una pradera, mirar hacia el valle de la Fuenfría, y sentir la libertad de la montaña en todo su esplendor.
Además, si vas con buen ojo, verás que el granito tiene sus secretos. Hay formas que parecen animales, rostros, grietas que parecen puertas. Y quizá, si te dejas llevar por la imaginación (y por la leyenda), te parezca que una de esas rocas respira muy, muy lentamente.

¿Y si volvemos a nombrarlo?
Puede que sea solo una historia. Una leyenda de tantas. Pero hay algo poderoso en los relatos que se agarran a las montañas. En esa posibilidad de que, hace siglos, alguien viera algo más que piedra y pino. Que sintiera que en esos picos había un alma dormida.
Así que la próxima vez que subas a Siete Picos, míralo con otros ojos. Recorre su cresta como si caminaras por la espina dorsal de un ser legendario. Y siéntete parte de esa historia. Porque sí, es un clásico. Pero no todos los clásicos tienen un dragón dentro.
